sábado, 4 de febrero de 2012

El futuro de los cobardes

Hoy os traigo una entrada muy personal. En teoría ayer iba a actualizar Liees, pero como siempre lo va dejando y es hoy y tampoco actualizará. Y precisamente como es hoy, y desde que escribí esto que hay aquí abajo quiero colgarlo justo en esta fecha, lo haré. Si no lo queréis leer por que es largo o lo que sea, lo entenderé, pero simplemente quiero compartir con vosotros algo de mí, aunque sea de un modo tan... Así. 

Comentaré al respecto del texto que está tal cual lo escribí en su momento. No lo he retocado ni nada para subirlo al blog, está tal cual salió en su momento de inspiración.

Sin más os lo dejo... No me tiréis muchos tomates (si es que alguien se lo lee).

Camino sin prisas por las calles de Barcelona. Hacía mucho tiempo que no venía por la metrópolis; la vida en la pequeña ciudad termina consumiéndote de tal forma que no tienes tiempo ni para disfrutar de otros aires aún más contaminados que los tuyos. Pero aquí estoy, embutido en un grueso abrigo y la bufanda, que ondula al viento, como única compañía.

He venido para reflexionar, supongo. Un día libre en la faena, pero Marian no libra y los niños tienen colegio hasta bien entrada la tarde. Quizá un buen entretenimiento sería pasar las horas tirado en el sofá mirando la televisión, anhelo deseado por toda mi generación. Supongo que nunca fui parte del rebaño; prefiero la soledad de una olvidada playa invernal.

El frío parece azotar mi rostro con tal fuerza que parece que quiera cortar mi piel. La temperatura debe estar bajo cero. El mar está embravecido, lo que hace que de vez en cuando algunas gotas saladas salpiquen mi rostro. Pleno mes de enero, y yo sin calcetines.

Me acerco lentamente a la orilla, dejando atrás mis desgastados mocasines. La arena se esconde entre mis dedos, haciéndome cosquillas. Conforme más me acerco, más húmeda está la tierra. Y una terrible sensación de felicidad, melancolía y sueños olvidados en un cajón perdido y húmedo inundan todo mi ser.
-¿Jorge?

Abro los ojos, saliendo de mi ensoñación. Detrás de mí, a unos cuantos pasos, veo una figura que parece reconocerme. Entrecierro los ojos. Ni idea. Es un hombre, algo más alto, algo más gordo, con bigote y una buena mata de pelo negra. Y lleva los zapatos en la mano. Sin calcetines. Sonrío ante mi desconocido conocido y le invito a acercarse a la orilla para disfrutar juntos de la agradable sensación.
-¿De verdad no me reconoces, Jorge? –Murmura tras un breve silencio en el que nos limitamos a observar las olas.

Le observo extrañado. Ahora que está más cerca puedo fijarme mejor en su rostro. A pesar de las marcas de la edad y su poco cuidada figura, puede notarse en sus facciones el recuerdo de un hombre bastante apuesto. Quizá un muchacho. En cualquier caso no logro ubicarle. Espera. Sus ojos. Esos ojos…
-¿Damián?
El corazón me da un vuelco al ver su sonrisa de satisfacción por ser reconocido. Madre mía. ¡Es Damián! Siento el impulso de abrazarle con camaradería, pero algo me retiene y me limito a tenderle la mano en gesto afectuoso.

-Cuanto tiempo, hombre. ¿Cómo te va la vida?
-Pues no puedo quejarme –afirma con una sonrisa, estrechando mi mano durante un lapso de tiempo mayor al recomendado-. He tenido suerte en mis negocios y todo va viento en popa. ¿Qué tal tu mujer?
-Oh, bien, genial –digo, con una sonrisa-. Está emocionada preparando las vacaciones con los críos.
-¡Críos! Pero hombre, no sabía nada. Enhorabuena, macho. ¿Cuántos retoños van? –Cierto tono pícaro resuena en el eco de su voz.
-La parejita –y no puedo evitar sacar una foto de ambos; muy parecidos desde siempre a Marian, excepto por el calmado temperamento que tienen. A nuestro lado, mi esposa es como un huracán.
-Veo que conseguiste todo lo que querías.

Me lo quedo mirando como si hubiera dicho algo completamente diferente. No. Como si no hubiera dicho nada y se hubiera limitado a darme un puñetazo en pleno estómago. Un soplo de aire intenta arrebatarme la fotografía de la mano, pero lo evito. Observo un segundo más el feliz rostro de mis hijos antes de volver a guardarlo en el fondo de la cartera.
-Supongo que la vida nos ha tratado bien.
-Pues sí.

Silencio.

El mar parece algo más calmado, pero el rumor del oleaje aún resuena con fuerza en la cala. Una despistada paloma vuela demasiado lejos de su territorio, desorientada por el mal tiempo.

-Parece que va a llover –murmuro, intentando romper el silencio extraño que hay entre nosotros.
-Eso parece.
-A ver si llega ya la primavera… -Me mira, como sorprendido por el comentario-. Al menos los críos podrían salir más a la calle y no encerrarse tanto en casa.
-¡Ah! Ya decía yo que no podía ser un deseo propio; con lo mal que le sientan a tus alergias la primavera y sus terribles secuaces como el polen.

Me río. No esperaba que se acordase de algo así. No esperaba que se recordase de nada, a secas. Quizá si él hubiera sido el tipo de espaldas que mira hacia el mar, seguramente yo no me habría acercado a saludar. Estaba tan olvidado, tanto…
-Bueno, noi –murmura, estirando los brazos. Y antes de que diga nada más, adivino al detalle su frase-. Va siendo hora de largarse, que el menda tiene hambre.

Reprimo una carcajada que se rompe en mi interior como un recuerdo demasiado importante que no se ha cuidado como merecía. Me limito a asentir, mientras me alejo de la orilla hacia los mocasines. Siguen ahí.

-¿Vas a ir a comer a algún lado? –Me pregunta, aún desde la orilla; su tono de voz de muestra cierto nerviosismo, como si aquella frase estuviera dotada de cierto poder.
-Supongo que volveré a casa para comer con los críos. Deben estar ya a punto de salir del cole.
-Vaya, una lástima. Si cualquier día te pasas por aquí, avísame y te llevo a una marisquería genial que hay por aquí cerca.
-Lo haré.

No lo haré, este encuentro no debería haberse dado nunca, y no volverá a suceder. El grandullón de Damián se me acerca con gesto afable y, tras un extraño gesto con los brazos, me agarra el brazo de manera muy patosa.

-Me ha alegrado mucho verte. De verdad.
-Y a mí…

Nos quedamos en silencio, sin romper aquél saludo tan formal establecido entre dos personas que jamás se trataron de tal manera. Una sonrisa leve, como de añoranza, se escurre bajo su bigote y se deja transformar en una risa completamente natural; esa felicidad tan falsa que no ha cambiado en veinte años.

-Que vaya bien, Damián.
-Igualmente, Jorge.

Y echamos a andar. Sin calzado ni calcetines, en direcciones opuestas y con el alma ahogada por la pena. Como hace veinte años. En este mismo lugar, hace tanto tiempo… Recuerdo el mal día, recuerdo las duras palabras y de cómo todo mi mundo se fue al cuerno. Aún escucho sus pisadas crujir en la arena. Reprimo las ganas de darme la vuelta para mirarle. ¿Y si lo hubiera hecho aquél día? ¿Y si… lo hago ahora?

No, Jorge, no digas estupideces. Piensa en tus hijos. Sí, piensa en ellos. Y en Marian. En tu familia, joder. ¿Por qué has abierto el cajón? Fueron tantos momentos. Tantos. Tantas carreras, tantas peleas, tantas tardes en el sofá, tantas sesiones en el cine sin pagar, tantas cervezas… Pero ahora eres un adulto, Jorge. No puedes, no debes pensar en ello. Guárdalo todo, guárdalo de nuevo y tira la llave lejos.

Y no mires atrás, Jorge. No lo hagas, por que sabes que no tendría solución. Por que cada vez que había una discusión y lo resolvíais aquí, en la playa, os alejabais. Y te dabas la vuelta, y él te estaba mirando. Y ya no importaba cuan enfadado estuvieras, por que no eras capaz de odiarle…

Camino sin prisas por las calles de Barcelona. El viento sopla fuerte y hace bailar los bajos de mi pantalón, mostrando mis desnudos tobillos. Los mocasines pican un poco, tan llenos de arena. Me paro delante del Maremagnum, sentándome un momento para descansar. El camino se me ha hecho largo, como de veinte años de recuerdos y otros veinte más de olvido.

Tomo aire e intento calmarme. Aquello ya no existe, Jorge. Pasó hace tanto tiempo que ya no tiene sentido torturarse. Cierro los ojos y me lo vuelvo a prometer. No mirar atrás. Y doy un paso, y otro, y otro… Y lentamente me alejo de la playa, de aquél encuentro que el destino ha querido ponerme para juzgar mi fortaleza.

Dejo atrás la playa, los recuerdos, y la única persona que ha sabido regalarme entre besos, abrazos y palabras cargadas de sentimiento el verdadero sentido de la felicidad. Un sentimiento que no tiene cabida en los tiempos que corren y que no fue, como todos dicen, una simple historia de pasión juvenil, “por probar”, o que simplemente una enfermedad de la que fui capaz de rehabilitarme. Y a pesar del impulso de mirar atrás, sigo adelante, con las ideas firmes y los sueños encerrados en un pequeño cajón del cual me he tragado la llave.

Con una agria sensación de vacío, mala conciencia y rumores extraños, entro en mi coche y acciono el motor. Su dulce ronroneo me tranquiliza. Busco en la cartera la foto de mis hijos y la coloco delante de mí, para tenerla siempre presente. Esto es la realidad. El trabajo, la familia y el dinero. Todo lo demás no son más que recuerdos y ensoñaciones que no encontrarían nunca un hueco en nuestra realidad. Meto primera y me deslizo por las calles de la ciudad.

¿Me habrías esperado una vez más?

2 comentarios:

  1. Nunca está del todo mal abrir el cajón aunque duela, sobre todo si es cuatro de febrero...

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  2. Que bonita la historia es ir leyéndola y pensar... creo que ... me temo que .... porque....

    No deje de ser típica, pero tristemente muy real,y muchas veces afrontada de esta misma manera por dolorosa que sea.

    Asias por ella Tsu ^^!

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